Catedrales, de Claudia Piñeiro.

Una adolescente aparece quemada y descuartizada en un en un terreno baldío de un barrio tranquilo.

La investigación se cerró sin culpables y su familia -de clase media educada, formal y católica- silenciosamente se fue resquebrajando. Treinta años después, el crimen sigue sin aclararse y su familia y entorno se han desmoronado. Pero, pasado ese largo tiempo, la verdad oculta saldrá a la luz gracias al persistente amor del padre de la víctima.

Esa verdad mostrará con crudeza lo que se esconde detrás de las apariencias; la crueldad a la que pueden llevar la obediencia y el fanatismo religioso; la complicidad de los temerosos e indiferentes, y también, la soledad y el desvalimiento de quienes se animan a seguir su propio camino, ignorando mandatos heredados.

Como en Las viudas de los jueves, en Elena sabe y en Una suerte pequeña, Claudia Piñeiro ahonda con maestría en los lazos familiares, en los prejuicios sociales y en las ideologías e instituciones que marcan los mundos privados, y nos entrega una novela conmovedora y valiente, certera como una flecha clavada en el corazón de este drama secreto. (Sipnosis de la editorial).

1 Responses to Catedrales, de Claudia Piñeiro.

  1. Anónimo dice:

    De Rosario:

    ¿Qué lecciones se podrían extraer de esta lectura? Quizás la más fácil sería que «el fin nunca justifica los medios». Otra podría ser que la verdad siempre encuentra su cauce; que las mentiras, aunque sean por omisión, crecen hasta convertirse y convertirnos en seres desconocidos, como recoge la cita de Shakespeare: ¡Dios mío! Sabemos lo que somos pero no lo que podemos ser.

    Esta es una novela de confrontación de personajes que la autora desarrolla magistralmente, dejando al lector que decida sus preferencias y sus perdones. También habla de obsesiones motivadas por «la verdad que se nos niega». Se necesita cerrar el círculo y cerrar esa cicatriz a flor de piel que tanto a Lía como a Alfredo les ha impedido vivir una vida en plenitud. Para salvaguarda de Marcela su desmemoria la blinda contra el dolor de la ausencia, pues después del suceso traumático cada día nace par morir al instante siguiente.

    La parte de Marcela me ha parecido una maravilla en su estructuración. Me he sentido, leyendo los párrafos, como dentro de su cabeza, como si viviese esos momentáneos terrores de saber al minuto siguiente lo olvidaría todo, y que sólo sus libretas de mariposas reflejarían su memoria. Esas frases de repetición (busco, no encuentro, completo. Leo, completo) taladran la conciencia y te provoca ternura hacia un drama que nos hace sentir como entes incompletos ya que «nuestra memoria es nuestra coherencia, nuestra razón, nuestra acción, nuestro sentimiento».

    Otro contrapunto en la historia es introducir un personaje que se crea desde los hechos y desde la asepsia, Elmer. Nos ofrece la trama de la historia desde un punto de vista externo, científico, sin el lastre de las emociones, a las que deja a buen resguardo. Además, es la única parte que desprende cierto humor. Asimismo, los párrafos donde se representa la conversación telefónica con Alfredo, obviando el texto de éste, me pareció una estructura muy creativa.

    Hay un variado número de temas que orbitan alrededor de la muerte de Ana: la tentación, la culpa, la obcecación, la autojustificación. Todos ellos con el trasfondo de los males del fanatismo religioso y de las represiones, aunque el epílogo de Alfredo es una esperanza que ofrece a sus destinatarios para que ellos construyan sus propias Catedrales desde el lugar que ellos sientan, sin presiones de ningún tipo y logrando encontrar su propia parcela de felicidad.

    Si tengo que poner un PERO sería con algunas descripciones que sobreactúan lo macabro y escatológico, pero supongo que la autora, que se maneja en el género de la novela negra, no podía dejar de imprimir su sello en esta novela, a pesar de que la trata va en otra línea más sutil y que el horror es mucho más lo que lo explícito.

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